Lic. en Filosofía
INTRODUCCIÓN
La modernidad ha traído consigo muchos cambios. Hoy en día es factible hablar –y se habla mucho- de libertad de expresión, de libertad para actuar, para hacer, para pensar, para crear, para jugar.
Es indudable que la filosofía tuvo mucho que ver en estas trasformaciones, y por ende, aportes de varios pensadores. Pero he aquí un pensador al queremos estudiar y más aún sus visiones religiosas, sus aportes a este dimensión de persona humana, puesta en cuestión y analizada también desde varios puntos de vista y de diferentes ópticas de distintos teóricos.
Nos estamos refiriendo, al motor, propulsor e impulsor fundamental de las visiones actuales: Friedrich Nietzsche. Seremos más específicos aún, puesto que estudiamos aquí una obra en específico que es el Anticristo.
Desde este título podemos ya observar nada bonito ni placentero para los cristianos, pues ya nos revela una visión contraria al cristianismo. Es cierto, lo critica, lo cuestiona, lo acusa y lo condena. Precisamente este es nuestro objetivo con el trabajo, ver hasta que punto llega Nietzsche con sus cuestionamientos, con sus críticas y tratar de encontrar una apertura, una posibilidad, un elemento que nos ayude a recomprender esta realidad, este fenómeno que es el cristianismo.
Trasmutación de todos los valores, lleva por título el primer capítulo, que trata de explicitar la visión del mundo que trajo consigo el cristianismo y las transformaciones que son posibles hacer desde la individualidad. El segundo, Condena de muerte al Cristianismo, comprende la necesariedad de la muerte de esta visión para que el hombre sea libre y pueda plenificarse desde sus instintos. Es menester recordar que sería importante leer la obra para luego discutir mi visión particular al respecto.
TRANSMUTACIÓN DE TODOS LOS VALORES
Nietzsche expone un amor sin igual por la vida misma, por la vida del hombre, y por el hombre. Todo su pensamiento gira en torno a este amor que mueve su filosofía. Sin embargo, en su mirada no hay que ver satisfacción, orgullo, alegría por el hombre moderno de la Europa moderna. Empero, siente todo lo contrario: ira, asco, repugnación, rabia, dolor, tristeza por el hombre que se ha creado y se ha ido construyendo a través de los siglos alrededor de “valores” morales que denigran, engusanan, parasitan realmente al hombre. Y, entonces, Si no engalana a este ser ¿A qué hombre embellece? ¿Qué tipo de amor hacia el hombre y la vida es este que lo rechaza y que sólo manifiesta hacia él repugnación?
“Yo os enseño el superhombre. El hombre es algo que debe ser superado ¿Qué habéis hecho para superarlo?”[1]Luego añade: “El superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad, sea el superhombre el sentido de la tierra”[2]. Con estas dos frases textuales del propio Nietzsche se da respuesta a la primera interrogación hecha más arriba. Él plantea una nueva forma de ver, pensar y hacer las cosas. Esto lo cumple sólo aquel que puede romper los esquemas que tienen sello de modernidad. Así vemos la buena nueva de este pensador. Esta es la luz, la invitación que trae consigo para dejar al hombre viejo, desterrarlo, marginarlo, olvidarlo, superarlo y dar cabida al hombre nuevo, al superhombre.
Si bien es cierto que Nietzsche habla del superhombre con más detalles y específico en su obra “Así habló Zaratustra”, no deja de mencionarlo en la obra que aquí estamos analizando y que es “el Anticristo”. Sin embargo, esta última ya es una reacción de aquel hombre anunciado y proclamado en aquella primera, contra aquellos que lo denigran, lo rechazan y cómo él es el primero, casi el único –si es que no es el único- de esta especie de hombre. Ya no es anuncio del hombre nuevo y superior, es la denuncia de los “valores” que reprimen, machacan, destruyen al hombre desde la modernidad. “De esa modernidad hemos estado enfermos, -de paz ambigua, de compromiso cobarde, de toda la virtuosa sociedad propio del sí y del no modernos”[3].
De esta manera la modernidad, el mundo actual ha estado y sigue estando en un estado de decadencia tal que el hombre se ha corrompido, podrido, agusanado, infestado, alienado, con más sufrimientos e impedimentos que libertad y felicidad. Dirá Nietzsche, “mi aseveración es que todos los valores en que la humanidad resume hora sus más altos deseos son valores de decadencia”[4].
El superhombre es el que crea, aporta, construye nuevos valores para sí. Vive de acuerdo a sus instintos de poder. Esta construcción es la transmutación de los valores o transvaloración de todos ellos. Es decir, la inversión de lo que es valor, para el pensamiento y concepción modernos, es un antivalor y estos se han transformado y se han convertido en valores, en virtudes que son propios del instinto. “Nosotros mismos, nosotros los espíritus libres somos ya una transvaloración de todos los valores, una viviente declaración de guerra y de victoria a todos los viejos conceptos de verdadero y no verdadero”[5].
Esta es la lucha, el enfrentamiento del superhombre que ve la necesidad de inventar los valores. El Cristianismo, las sociedades morales deciden, dan y hacen pensar de y en lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo que son por sí verdadero y falso, bueno y malo. Pero es factible romper las cadenas de la atadura. Los que no pueden son débiles y a ellos hay que eliminarlos, “los débiles y malogrados deben perecer: artículo primero de nuestro amor a los hombres. Y además hay que ayudarlos a perecer”[6].
Sólo el tipo superior de hombre puede superar al hombre, y es más, se debe querer y hay que ser este tipo de hombre, para crear nuevos principios, nuevas virtudes, despojarse de las supuestas que ya se tienen y vivir la como deseamos y queremos y no porque “debemos”.
EL CRISTIANISMO Y SU PENA DE MUERTE
“Al cristianismo no se debe adornar ni engalanar”[7].
Al introducirnos al tema es muy importante tener en cuenta esta frase con que partimos este capítulo. Nietzsche no es de aquellos que ensalzan, halagan, engalanan a la doctrina del cristianismo y mucho menos, al cristiano. Ve en todos ellos los que ellos ven en él: nihilismo, antivitalismo, odio por el ser humano, rechazo hacia la humanidad.
Dice Nietzsche, el cristianismo tiene “sólo finalidades malas: envenenamiento, calumnia, negación de la vida, desprecio del cuerpo, degradación y autodeshonra del hombre por el concepto de pecado”[8].
Pero, ¿Por qué Nietzsche odia tanto al Cristianismo? ¿Qué ha hecho éste para merecer su condena? ¿Cuál es la visión que tiene sobre el cristiano? Y los propagadores de la doctrina, ¿Qué hay de ellos?
El cristianismo propone conceptos que subsumen al hombre a intereses viles que no hacen más que corromperlos. Estos conceptos no existen en la realidad y siquiera tiene contacto con ella. Dice nuestro pensador:
“Ni la moral ni la religión tienen contacto, en el cristianismo, con punto alguno de la realidad. Causas puramente imaginarias (Dios, alma, yo, espíritu, la voluntad libre- o también la no libre); efectos puramente imaginarios (pecado, redención, gracia, castigo, remisión de los pecados). Un trato entre seres imaginarios (Dios, espíritus, almas); una ciencia natural imaginaria (antropocéntrica; completa ausencia del concepto de causas naturales); una psicología imaginaria (puros malentendidos acerca de sí mismo, interpretaciones de sentimientos generales agradables o desagradables, de los estados del nervus simpathicus, por ejemplo, con ayuda del lenguaje de signos de una idiosincrasia religioso-moral, -“arrepentimiento”, “remordimiento de conciencia”, “tentación del demonio”, “la cercanía de Dios”); una teleología imaginaria (“el reino de Dios”, “el juicio final”, “la vida eterna”).- Este puro mundo de ficción se diferencia, con gran desventaja suya, del mundo de los sueños por el hecho de que este último refleja la realidad, mientras que aquél falsea, desvaloriza, niega la realidad”[9].
Aquí todo un mundo de ficciones que Nietzsche propone. Toda la teología, el pensamiento, los conceptos, la realidad del cristianismo es imaginaria. Es un mundo de fantasía que no concuerda en nada con lo real.
Nietzche menciona que el cristianismo resulta un mundo de moral inconsistente y nihilista. Él ha hecho de un valor un antivalor, de una virtud, un antivirtud; “él ha proscrito todos los instintos fundamentales de ese tipo, el ha extraído de esos instintos, por destilación, el mal, el hombre malvado, -el hombre fuerte considerado típicamente reprobable”[10].
La compasión, el pecado, la culpa, la redención, términos puramente cristianos y que hacen inferior al hombre. El remordimiento, el arrepentimiento no hubieran existido si es el que cristianismo no hubiera de él un valor y una virtud. Desgracias para el hombre porque estas concepciones los cohíbe, los reprime, los subyuga a los deseos del no-amor a la vida. “Al cristianismo se lo llama religión de la compasión. –La compasión es antitética de los afectos tonificantes, que elevan la energía del sentimiento vital: produce un efecto depresivo”. Luego añade: “el cristianismo se ha osado llamar virtud a la compasión […] Dicho una vez más: este instinto depresivo y contagioso obstaculiza aquellos instintos que tienden a la conservación y elevación del valor de la vida”[11].
El Cristianismo como institución no ha hecho más que degradar al hombre relacionándolo y haciéndolo depender de ser supramundanos, transterrenales, a atarles bajo nociones, sensaciones y significaciones absurdas y abstractas, que se hacen o se tildan a “sí mismo” como propagadores y predicadores de “la verdad” como si fueran dueños de la verdad o la falsedad.
Fe, creencia un ser absoluto, trasmundano, supraterrenal, trascendental y superior, no es más que un discurso totalitarista que niega la individualidad y la creatividad del hombre no dándole valor como tal. Creer en un ser superior es no creer en sí mismo, pensar en una redención es sinónimo de sentirse “pecador” y humillado y no ser capaz de redimirse a sí mismo y superarse como individuo, disfrutando, gozando y viviendo los valores reales de la vida.
Los responsables de esta corrupción del hombre, de este nihilismo son los sacerdotes, religiosos, predicadores, teólogos. “Es necesario decir a quién sentimos nosotros como antítesis nuestra, -a los teólogos y todo lo que tiene en su cuerpo sangre de teólogo”. Sigue: “Mientras el sacerdote, ese negador, calumniador, envenenador profesional de la vida, siga siendo considerado como una especie superior de hombre, no habrá respuesta a la pregunta: ¿qué es la verdad? Se ha puesto ya cabeza abajo la verdad cuando al consciente abogado de la nada y de la negación de lo tiene por representante de la verdad”[12].
Los que siguen fácilmente a estos son los cristianos. El cristiano es un ser débil, inútil, que no tiene libertad de pensar, de decir, de actuar por sí solo. Es un hombre que no puede superarse y se deja engañar y/o maravillar por prédicas que los hipnotizan y los dejan atónitos. Se creó y se crió “el animal doméstico, el animal de rebaño, el animal enfermo hombre, -el cristiano”[13].
Después de haber leído, analizado, estudiado el caso se conoce la sentencia niezstcheana:
“Con esto he llegado a la conclusión y voy a dictar mi sentencia. Yo condeno al cristianismo, yo levanto contra la Iglesia cristiana la más terrible de todas las acusaciones que jamás acusador alguno ha tenido en su boca. Ella es para mí la más grande de todas las corrupciones imaginables, ella ha querido la última de las corrupciones posibles. Nada ha dejado la Iglesia cristiana de tocar con su corrupción, de todo valor ha hecho un no-valor, de toda verdad, una mentira, de toda honestidad, una bajeza de alma. […]Yo llamo al cristianismo la única gran maldición, la única grande intimísima corrupción, el único gran instinto de venganza, para el cual ningún medio es bastante venenoso, sigiloso, subterráneo, pequeño, -yo lo llamo la única inmortal mancha deshonrosa de la humanidad. ¡Y se cuenta el tiempo desde el dies nefastus en que empezó esa fatalidad, -desde el primer día del cristianismo! -¿Por qué no, mejor, desde su último día? -¿Desde hoy? - ¡Transvaloración de todos los valores!”[14].
BIBLIOGRAFÍA
Nietzsche Friedrich. El Anticristo. Madrid: Alianza. 1981, 155p.
Nietzsche, Friedrich. Así hablo Zaratustra. Barcelona:Bruguera. 1983, p5-40.