domingo, 22 de mayo de 2011

Mi primer intento de ensayo-- Marzo 2004

El asombro


Cuando era niño solía fijarme y contemplaba la  belleza, la inmensidad y la grandiosidad del mundo. Llegaba a esta conclusión después de haber  admirado y así quedarme asombrado de la  hermosura del cielo.  Casi todas las tardes y algunas noches me gustaba acostarme en el suelo y mirar hacia el cielo para ver lo que había en él.
Ante mis ojos pasaban nubes de distintas formas; estrellas de distintos tamaños, hasta a veces solía ver alguna estrella fugaz, que aparecía y luego inmediatamente desaparecía.  Me deslumbraba la grandiosidad y el orden del “infinito”[1]. Siendo niño me daba cuenta de lo pequeño que yo era ante la majestuosidad de la obra de Dios.
El asombro es una actitud que nace del espectáculo que nos inquieta y nos hace curiosos ante el objeto que nos asombra. Nos muestra nuestra debilidad, fragilidad y limitación. Pero a la vez, hace nacer en nosotros ese dedeo de conocer, nos hace pensar sobre lo ideal, lo trascendental  y “nos obliga a la invención”- como decía Platón.
Para Aristóteles, el asombro es más que un simple hecho que nos muestra las dificultades y nuestra finitud. Este supone una elaboración de juicios que nos permiten observar la complejidad de la realidad.
Todos tuvimos o tenemos algunas experiencias que nos han asombrado. El simple hecho de ver a las hormigas trabajando nos asombra y nos hace reflexionar. Solamente que muchas veces, nos tapamos los ojos con vendas oscuras que no nos permiten contemplar las maravillas que hay en este mundo.
La sociedad en la que estamos creciendo, en la que vivimos cae en la rutina, en un vaivén sin sentido. Todos los días pasa y es lo mismo: dormir, despertarse, desayunar, trabajar, almorzar, descansar, etc. Es que estamos tan cómodos que no queremos abrir los ojos y percibir la inmensidad y la majestuosidad del universo.
La ideología que transmite el sistema dominante es el que nos hace ver cosas, situaciones como objetos, e inclusive tratamos y colocamos a las personas como simples objetos, de acuerdo a las circunstancias y funciones[2], es decir, perdemos la noción del ser como ser.
Estamos inmersos en mundo centrado en la idea de la función: yo como para..., yo duermo para..., yo trabajo en...para...Pues es más fácil al mundo abrirse ante un problema que ante un misterio. No sabemos el porqué de nuestra existencia, porqué vivimos. Como decía  Nietzsche: “Cuando sepamos el porqué, no nos importará el cómo”
El problema es algo que se puede solucionar pues se le tiene enfrente, se objetiviza; sin embargo, del misterio yo formo parte y entonces, soy parte del misterio.
En más de una ocasión, me he sentado a pensar las causas que llevan a las personas a suicidarse. La respuesta más común a esta interrogante es la que el suicida perdió el sentido de la vida, y ¿Cómo y/o por qué perdió el sentido en su vida? Creo que una respuesta más sabia sería: No encontró sentido a su vida.
El hombre cuando se interroga por el ser, lo ve solamente a partir de su utilidad, cuanto puede rendir, es decir, lo objetiviza, es decir, confunde la noción del ser. No se da cuenta de que él ya forma parte del ser. Diciendo de otra manera, el hombre debe interrogarse sobre el ser a partir de los demás y siendo él parte con los demás.
Cuando decimos a los otros “yo te acepto así como eres”, le acepto por lo que el es, le acepto con o sin dinero, con o sin hermanos, con o sin casa, con o sin.....etc. Es decir, él es con el dinero o sin él, con los hermanos o sin ellos, pero todo esto forma parte de su ser, o mejor dicho, él “es” con los demás.
Es en este punto donde se pierde el sentido, pues hay una tergiversación de lo que es el ser. Cuando un hombre encuentra sentido es porque ha entendido que él forma parte del ser.
Es importante replantearnos esta pregunta sobre el ser, precisamente porque se la confunde o porque se la ha perdido. Y esto trae consigo la desesperación, la angustia, el miedo y otras tantas desgracias para el hombre.   
Y una vez hecha esta pregunta: ¿qué somos?, nos daremos cuenta de lo mucho que valemos y que el sabor de la vida se encuentra en esa limitación que tenemos, porque podemos deslumbrarnos ante la pequeñez de una cosa, situación o momento y de esa manera motivarnos y volver a buscar y así maravillarnos nuevamente.



[1] Infinito: es un término que yo utilizaba. Muchas veces confundía con “universo”.
[2] Marsal, Gabriel. El misterio ontológico.

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