Por Pablo González
LA HISTORIA Y SU RUPTURA
Durante mucho tiempo, la filosofía, la historia de las ideas, las ciencias, los estilos de pensamiento, la historia misma ha construido su forma de pensar sobre grandes estructuras unificadoras. Es decir, siempre ha buscado la unidad en el marco de las ideas y de los acontecimientos. Por ende, se ha construido grandes sistemas de pensamiento y que se va desplegando dentro de la historia otorgándole algún sentido.
Hasta aquí sólo cabe dos formas de pensar la historia propuesta por los pensadores de la historia: una circular y la otra, lineal. La primera es la historia de los mitos y de las leyendas que son utilizados como conductor de la historia y explicación de ella. No tiene ni principio, ni fin. Es el eterno retorno nietzscheano. Todo ocurre en el marco de lo ya ocurrido y que ocurrirá nuevamente después. Es la voluntad sobre-natural la que determina la voluntad humana.
Sin embargo, con el nacimiento de la filosofía en occidente ha nacido el interés por la historia y la reflexión sobre la historia. Desde este momento, se piensa la historia desde un principio hacia un final que se desconocen. Su objeto: el histórico. La acción ocurre sobre un principio lineal que nos demuestra una continuidad y una unidad únicas, que es factible hablar ya de una Historia Universal, girando sobre un centro con sentido y moviéndose hacia una sola dirección.
Dice García Venturini: “La filosofía de la historia (...) es simplemente una rama de la filosofía, cuya tarea es interrogar la historia con la mayor radicalidad y omnicomprensibilidad posibles, buscando sus esencias, sus leyes más generales, o su dirección fundamental, o su sentido último” [1]
El ser humano y la historia tienen un destino. Este destino es la linealidad de los acontecimientos movidos por una ideología. Descubrimos esto en el sistema de construcción triádica hegeliana de la historia.
La filosofía de Hegel se construye en función del desarrollo de la idea, única y universal. Es el despliegue del espíritu en la historia el que enumera y demarca los acontecimientos. Todo ocurre por y en la realización de este Espíritu. Nada sucede fuera de él.
Opuesta pero no contraria a esta posición hegelianista es Karls Marx. Para él, no es el espíritu el que se despliega sino la materia. El proceso, el devenir humano y de la historia se explica a través de un sistema, también dialéctica triádica, cuyo objeto son la materia y la producción.
Por otro lado, tenemos el pensamiento evolucionista-progresista de los biologistas. Esta corriente manifiesta expresamente que la evolución cultural-natural del ser humano se va desarrollando lenta y conjuntamente. La historia avanza en la medida que la cultura y biología avanzan. Un exponente sobresaliente es Spencer.
Otros pensadores de la historia: Dilthey, Jaspers, Heidegger, etc. aunque grandes exponentes, no se han podido desprender del sistema progresista de la historia.
Para todos los citados hasta ahora y para muchos otros más, la historia toma un curso que, cuya posibilidad de comprenderla y explicarla, pasa por el progresivo porvenir de la historia. Hasta aquí no hubo intenciones más que la de ver y demostrar que la historia ha tomado un rumbo desde la historia del pensamiento cuya reflexión cae sobre una Historia Global.
“La historia de las ideas es entonces la disciplina de los comienzos y de los fines, la descripción de las continuidades oscuras y de los retornos, la reconstitución de los desarrollos en la forma lineal de la historia”[2]. Y continua: “Bajo estas formas de coherencia, así descubierta desempeña el mismo papel: mostrar que las contradicciones inmediatamente visibles no son nada más que un reflejo de superficie, y que hay que reducir a un foco único ese juego de centelleos dispersos”[3].
Pero Foucault va màs lejos aún y pone en cuestión este dogma de pensar de una sola manera, unificando las diferencias obvias que existen en la historia. “Para el análisis arqueológico, las contradicciones no son ni apariencias que hay que superar, ni principios secretos que sería preciso despejar. Son objetos que hay que describir por sí mismos sino buscar desde qué punto de vista pueden disiparse”[4].
Con su nueva forma de ver la historia, Foucault inaugura un nuevo método, la arqueología, y un nuevo descubrimiento, un conjunto de elementos denominados prácticas discursivas que configuran distintas realidades, distintos saberes y constituye el a priori histórico.
Ya no se puede hablar de La Historia, sino de épocas determinadas, hechos determinados, acontecimientos definidos, capas definidas y cuya ruptura o límite es el que permite que una etapa emerja y que otra se sumerja.
LA NUEVA HISTORIA
La configuración del pensamiento se ha plasmado sobre la necesidad de construir grandes unidades, que no ha hecho más que unificar y encontrar continuidades entre obras, hechos, fenómenos y ha ido totalizarizando la forma de pensar.
La propuesta foucaultiana es criticar esta inquietud historiosófica de la modernidad y proponer una nueva inquietud. Las intenciones y preocupaciones de Foucault se asienta sobre las bases de la necesidad de presentar una nueva forma de ver y construir el pensamiento, puesto que el mismo dice: “Mi campo es la historia del pensamiento. El hombre es un ser pensante. La forma en que piensa está muy relacionada con la sociedad, la política, la economía y la historia, y también está relacionada con categorías muy generales y universales, y con estructuras formales. (...) Entre la historia social y los análisis formales del pensamiento hay un camino, un sendero -quizá muy estrecho- que es el camino del historiador del pensamiento”[5].
En vez de buscar y encontrar grandes unidades y continuidades, Foucault pretende recorrer líneas enunciativas del discurso e indagar las estrategias que posibilitan las emergencias de las cosas dichas y/o hechas y de lo que se dijo o se hizo realmente.
El pensador francés busca límites, rupturas, fisuras, diferencias que delimiten un acontecimiento histórico a través del método genealógico. Foucault hace una lectura de la genealogía nietzscheana. El genealogista toma el suceso en su singularidad. Tomar el suceso en su singularidad requiere dos momentos: primero, desprender el objeto suceso de su finalidad, de las intenciones que proyecta el acontecimiento. Considerar un suceso separado de la causalidad, finalidad e intencionalidad es construirlo, antes de realizar el análisis como un objeto raro que suscita extrañeza.
En el segundo momento, la singularidad de los sucesos se da incluso en su retorno. Captar su retorno pero no para trazar su evolución sino para encontrar las diferentes escenas donde los sucesos han encontrado diferentes papeles.
De este análisis de la visión genealogista nietzscheana, Foucault extrae dos nociones a la hora de construir su propio método, que es la arqueología: la emergencia y la procedencia. Esta no indica similitud y continuidad, sino que disocia la unidad y lo dispersa en su multiplicidad. Y la emergencia es el resultado de una confrontación, de una lucha entre fuerzas en la escena donde emerge el hecho. Un acontecimiento es visto como único desde esta perspectiva de la genealogía.
Sin embargo, dentro de las disciplinas tales como la historia de las ideas, de las ciencias, o la filosofía, se ha desplazado hacia las grandes unidades temporales. Los cambios se explican con una serie de nociones: mutación, transformación, progreso, evolución.
Esta forma de hacer historia tiene su lugar gracias a la consideración del documento. En la arquelogía de Foucault, a la horizontalidad del documento se opone la verticalidad del monumento. Esta consideración trae consigo una serie de consecuencias: la multiplicación de las rupturas en la historia, la noción de discontinuidad dentro de la misma y la Historia Global va desapareciendo y da lugar a una Historia General.
Argumenta nuestro pensador: “Una descripción global apiña todos los fenómenos hacia un centro único: principio, significación, espíritu, visión del mundo, forma de conjunto. Una historia general desplegaría, por el contrario, el espacio de una dispersión”[6].
Desde la perspectiva arqueológica foucaltiana es posible ver dos tipos de historia: una lineal, aquella que aglutina en un solo punto todo el sentido de los acontecimientos particulares y que procede de acuerdo al orden histórico-trascendente, sustentado por la analogía y la causalidad. La otra vertical, que en vez de ordenar los acontecimientos según cierto ideal trascendente, introduce la noción discontinuidad y que al hacerlo privilegia la irrupción de los sucesos en tanto que son sucesos, describir el lugar singular que ocupan, compararlo con otros semejantes y a partir de sus diferencias, constituir una historia general. Es en este lugar donde se encuadra el trabajo arqueológico.
“No se tratará de conocimientos descritos en su progreso hacia una objetividad en la que, al fin, puede reconocerse nuestra ciencia actual; lo que se intentará sacar a luz es el campo epistemológico, la episteme en la que los conocimientos, considerados fuera de cualquier criterio que se refiera a su valor racional o a sus formas objetivas, hunden su positividad y manifiestan así una historia que no es la de su perfección creciente, sino la de sus condiciones de posibilidad; en este texto lo que deben aparecer son, dentro del espacio de saber, las configuraciones que han dado lugar las diversas formas del conocimiento empírico. Más que una historia, en el sentido tradicional de la palabra, se trata de una arqueología”[7]
La arqueología es un análisis de los hechos discursivos, en tanto que prácticas[8] discursivas. Dicho análisis se realiza tomando en cuenta la exterioridad de estos mismos discursos, es decir, lo efectivamente dicho y no lo que se ha querido decir o lo que se ha dicho es verdad o no. Busca individualizar y describir unas formaciones discursivas, en las que existen reglas que no permiten las unicidad de los discursos.
Así Foucault toma como referencia la epistemologización pero apoyándose en la positividad del discurso. Trata de descubrir cómo las prácticas discursivas dan lugar a un saber y cómo ese saber adquiere un estatuto, ya sea este ciencia, ideología, literatura, etc.
Las nociones de saber y positividad tienen mucha relación con una otra muy utilizada por Foucault y que es el a priori histórico. Es así que “esta forma de positividad (...) define un campo en el que pueden eventualmente desplegarse identidades formales, continuidades temáticas, traslaciones de conceptos, juegos polémicos. Así, la positividad desempeña el papel de lo que podría llamarse un apriori histórico”[9].
Michel Foucaul, a través de un análisis que pone fin al presunto estatuto proposicional del orden del discurso, focaliza los mecanismos a través de los cuales las formaciones discursivas producen los objetos de los que hablan. De hecho, los ordenamientos de los discursos acontecen como efectos que penetran en las prácticas de la cultura, se materializan en formatos institucionales, se dispersan, se reproducen y se articulan en dispositivos que naturalizan la lógica de sus problematizaciones. Hay entonces una acción del discurso y esta es específicamente la producción de verdad.
Las formaciones discursivas se configuran y actúan en el orden de las prácticas. Ciertas enunciaciones producen efectos que refuerzan o debilitan otras enunciaciones y se hacen inteligibles y comprensibles en la medida que se afirman.
Afirma el pensador francés: “Entiendo designar con ello un apriori que sería no condición de validez para unos juicios, sino condición de realidad para unos enunciados. No se trata de descubrir lo que podría legitimar una asersión, sino de liberar las condiciones de emergencia de los enunciados, la ley de su coexistencia con otros, la forma específica de su modo de ser, los principios según los cuales subsisten, se transforman y desaparecen. Un apriori, no de verdades que podrían jamás ser dichas, ni realmente dadas a la experiencia, sino de una historia que está dada, ya que es la de las cosas efectivamente dichas”[10].
La clave para comprender el pensamiento de Foucault es tomar en serio esta idea de que la fuerza de las enunciados no se agota en la función de la designación y así entender la producción de significados como una acción que acontece en el orden de las prácticas y leerlo en el despliegue de sus efectos.
Michel Foucault es un historicista por el hecho de que analiza y describe lo que realmente se dijo y/o se hizo y no, lo que se ha pretendido decir y/o hacer.
Su pensamiento consiste en ver, no continuidades progresivo-evolucionistas de la historia, sino marcar límites que favorezcan las discontinuidades en el plano de lo posiblemente visto. Para llegar a estas conclusiones debe analizarse el discurso que emerge en una determinada época y que es la que permite ciertas reglas, pautas, que están por debajo de lo que efectivamente se dice y/o se hace y es la que produce realmente eso que se dice y/o se hace.
BIBLIOGRAFÍA
· Bonetti, José Andrés. Michel Foucault, pensador de la historia. Pgs113-130. Revista Anthropos: Venezuela. N°32/33. Caracas: Salesiana.1996.
· García Venturini, Jorge. Filosofía de la Historia: Enjuiciamento y nuevas claves. Madrid: Gredos. 1972.
· Gómez Pardo, Rafael. Introducción crítica a la “arqueología|” de Michel Foucault. Pgs107-112. Revista Ideas y Valores. N° 79.Bogotá: Universidad Nacional. Abril, 1989.
· Foucault, Michel. La arqueología del Saber. 9ªed. México: SigloXXI. 1983.
· ...........................Las palabras y las cosas. México: SigloXXI. 1971.
· Lino Gomes, Joao Carlos. Nota sobre o conceito de espistéme em Michel Foucault. Pgs225-232. Revista Síntese: Nova fase. N°53. Belo Horizonte: (s.n). Abril-junio1991.
· Patxi, Lanceros. Michel Foucault: poder Sujeto. Pgs17-84. Revista Anthropos: Venezuela. N°31. Caracas: Salesiana.1995.
[1] García Venturini, Jorge. Filosofía de la historia: enjuiciamento y nuevas claves. p.26.
[2] Foucault, Michel. Arqueología del Saber. 1970. p231.
[3] Ibidem. p252.
[4] Ibidem. p254.
[5] Foucault. Tecnologías del Yo y otros textos afines. p142.
[6] Foucault. La arqueología del Saber. p16.
[7] Foucault, Michel. Las palabras y las cosas. pág.7
[8] Es bueno comprender que Michel Foucault no entiende por práctica, la actividad que el sujeto realiza, sino que lo designa como las reglas, las condiciones, las pautas, a las cuales esta sujeto el sujeto desde el momento en que toma parte del discurso.
[9] Op. Cit. p215.
[10] Ibidem. p215-216.
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