domingo, 22 de mayo de 2011

EL HOMO COMO SAPIENS-DEMENS DE EDGAR MORÍN

Por Pablo González
Lic. en Filosofía

“Al ver tus cielos, obra de tus dedos,
 la luna y las estrellas que fijaste,
 ¡Quién es el hombre para que te acuerdes de él,
 el hijo de Adán, para que de él cuides?
Apenas inferior a un Dios lo hiciste,
coronándolo de gloria y esplendor;
le entregaste de las obras de tus manos,
bajo sus pies has puesto cuánto existe.
Abejas y bueyes, todos juntos
como también las fieras salvajes, aves del cielo y
peces que andan por la senda de los mares”. (Salmo 8)

EL HOMBRE Y EL MUNDO


Esta es la posición y la actitud del salmista que alaba a Dios por la grandeza y la maravillosidad del hombre. Sin embargo, sus ojos, su espíritu, su pensamiento están preñados de una pregunta que, para algunos, es insignificante y la tiene precisamente por el hecho de la propia insignificancia del hombre: ¿Quién es el hombre?
Esta es la base de todas las demás afirmaciones. Pero, en sí mismo, esta pregunta nos da la pauta de una primera impresión. Ya nos damos cuenta de algo al planteárnosla, que es una supuesta  respuesta. Esta respuesta es el quién de qué, es decir, el hombre es “alguien” y no un algo.
Pero, ¿Qué es ese alguien? A mi parecer esta pregunta nos remite a la primera pregunta, ¿Qué es el hombre? Esta es una proposición que Kant ya lo había sugerido en su época, afirmando que es la interrogante base sobre la que se levanta las demás. Es el fundamento, es la raíz que subyace a las otras incógnitas, entre ellas el “quién”.
Por lo tanto, la pregunta qué es el hombre, le afecta a cada una como parte de esa realidad del hombre como especie. A este hombre no le basta con tan sólo formar parte de la realidad, sino que necesita saber que está en el mundo, que sin éste él puede ser nada, y aquél sin él, también nada. Es aquí donde se asienta las preguntas sobre el otro, sobre esa realidad del mundo que es esencial para el ser del hombre en el mundo.
Este mundo al que nos referimos implica muchas cosas. Implica una relación con una realidad totalmente diferente a la mía, una relación con los demás y con los otros.
La pregunta sobre la realidad y la necesidad de la conjunción con ella es un proceso que se viene realizando desde los orígenes del hombre, los homínidos y el hombre actual. Anteriormente, según los estudios y las demostraciones científicas, necesariamente tuvo que haber una estrecha relación entre el homínido y la naturaleza, de la que él formaba parte y, aquella última, como parte de él.
Gracias a ella y a sus exigencias, en el homo que se iba haciendo sapiens surgió la necesidad de mejorar su actitud para su supervivencia. Así el fuego, la sabana, el bosque, los animales, los otros como él, fueron factores importantísimos que  hicieron sentir esas necesidades para luego poder calcular las posibles soluciones a ella.
Desde esta manera, el ser humano desde sus orígenes ha tenido contacto y ha sido parte de la naturaleza. Aquellas cosas que están fuera  de él fueron elementos esenciales para su evolución. La natura, lo otro fuera del hombre, ha dificultado bastante la existencia de su existencia y gracias es estas, el ser humano ha podido mejorar sus estrategias, sus relacionamientos y así crecer y desarrollarse. Ha podido inventar, crear, rebuscarse, transformar su mundo y su realidad, actuar, vivir, obrar y, así mejorar su condición de vida.
Con nuestra acción intervenimos en la realidad exterior definiéndola y conformándola. Nuestros propios pensamientos y planes, nuestros objetivos y decisiones los realizamos y objetivamos por una acción libre en la obra que realizamos en el mundo”[1].
 El hombre habita en el mundo y habitar significa actuar, transformar, crear. Nunca el ser humano está determinado por la naturaleza en forma pasiva. No sólo es objeto del mundo, sino sujeto del mundo. Es decir, los hombres hacen su propia realidad, son actores de su propia vida, aquello que tienen internamente lo expresan afuera. Una cosa es la realidad, otra muy distinta es la que vemos y, una tercera, muy diferente la realidad que hacemos.

EL HOMBRE SABIO Y DEMENTE
¿Qué es el hombre? Esta era la pregunta  que nos hacíamos en el capítulo anterior. El salmo 8 nos daba una perspectiva de gloria y esplendor. Pero, el salmo 7, versículo 3, refiriéndose al hombre, expresa: “Son como leones listos par asaltarme, y me van a despedazar sin que nadie me pueda salvar”.
Ambos hablan del mismo ser que es el hombre. ¿Puede ser un ser ambas cosas a la vez? ¿Puede ser el hombre inventor y destructor? ¿Puede ser racional e irracional? ¿Puede sonreír y matar? ¿Puede amar y odiar? ¿Es el hombre sabio y loco, a la vez?
Muchas son los que niegan esta posibilidad. O es demente o es “normal”. ¿Cuál es la noción del “normal” que se tiene? Otros afirman la normalidad de la locura y la demencia del hombre. Las teorías y las experiencias tienden hacia este último. No es necesario recorrer mucho para ver esto. El hombre nos sorprende con sus actos. A veces nos maravilla y, en otras, nos sorprende y nos asusta.
¿Qué hace el hombre para que actúe y sea de esa manera? Para responder hay que tener y entender muchos elementos, desde sus orígenes hasta la actualidad. ¿Qué es aquello que ha permitido al hombre cambiar desde sus orígenes?
Los científicos han comprobado que el cerebro es un órgano del ser humano, que ha acompañado todo el proceso de desarrollo del mismo. Que este elemento ha sido de vital importancia por el hecho de que con su desarrollo permite el desarrollo integral del hombre.
Tomemos el cerebro, pero no como un órgano, sino como sistema organizado y desorganizante, ordenado y desordenante.
Como ya habíamos mencionado, el ser humano está en constante relación con  la naturaleza, con la realidad y, que a veces, hasta sobrepasa esta misma realidad. Así se producen por un lado la realidad, la lógica, la experiencia; pero, por el otro, las ilusiones, las fantasías, las imaginaciones, la magia, que ayudan a la formación, a la creación de una realidad ficticia, mítica, irreal, de un mundo transmundano, de una esperanza transterrenal.
Por estos elementos, el homo ha querido manifestar sus pensamientos y sus sentimientos, a actuar y a transformar, a inventar, a crear.
Desde los homìnidos, el hombre ha sido inventor. Ha creado por la necesidad de subsistir y ha evolucionado porque siempre ha roto los esquemas ya determinados. Los animales tienen un fenotìpico ya determinado, el hombre no. Siempre ha sentido la imperiosa obligatoriedad de hacer cosas contrarias.
Así y de a poco, fue naciendo en él y de él la conciencia de transformar su mundo, a partir de lo ya creado y de la hipercomplejidad de su cerebro que le motiva, le incentiva y el invita a crear.
Sin embargo, esta incentivación a crear, lleva implícita la opción de elegir entre crear o no crear, de crear esto o aquello, por ello, el hombre en su opción tiene la posibilidad de dudar, elegir y errar. Pero esto es algo normal en el hombre, y me pregunto: ¿Dónde está la demencia del hombre? ¿En qué se basa su locura? Edgar Morín nos afirma:

“A partir de entonces, aparece el semblante del hombre oculto bajo el emoliente y tranquilizador concepto de sapiens. Se trata de un ser con una afectividad intensa e inestable, que sonríe, ríe, llora, ansioso y angustiado, un ser egoísta, ebrio, estático, violento, furioso, amoroso, un ser invadido por la imaginación, un ser que conoce la existencia de la muerte y que no puede creer en ella, un ser que segrega la magia y el mito, un ser poseído por los espíritus y por los dioses, un ser que se alimenta de ilusiones y de quimeras, un ser subjetivo cuyas relaciones con el mundo objetivo son siempre inciertas un ser expuesto al error, al yerro, un ser úbrico que genera desorden. Y puesto que llamamos locura a la conjunción de la ilusión, la desmesura, la inestabilidad, la incertidumbre entre lo real y lo imaginario, la confusión entre lo objetivo y lo subjetivo, el error y el desorden, nos sentimos compelidos a ver al homo sapiens como homo demens[2]”.

A partir de esta cita, podemos deducir y afirmar que el hombre no es sabio únicamente, ni mucho menos demente solamente, sino sabio y loco, a la vez. Gracias a esta dicotomía del y en el ser humano, él pudo sobrevivir, sobrellevar las dificultades y se han convertido en desordenadores. Es decir, esta ambivalencia del hombre en cuánto los sueños y la realidad, la verdad y la fantasía, lo lógico y lo mítico, lo empírico y lo mágico, lo objetivo y lo subjetivo, ha conducido al hombre hasta ser lo que es hoy, y le conduce, hacia una mañana que es incierta  e insegura, más complejo que esta misma complejidad actual.

LA HIPERCOMPLEJIDAD
“El hombre es loco-cuerdo. La verdad humana trae consigo el error. El orden humano trae consigo el desorden”[3].

¿Qué ordena o desordena en el hombre? ¿En qué consiste esa hipercomplejidad? Es menester precisar en este momento que el orden y el desorden se necesitan mutuamente en el hombre, no así en los animales, en las plantas ni mucho menos en las máquinas.
El orden es el que nos permite organizar en una unidad simple y estructurada aquello que es complejo y  múltiple. Es decir, volteando este significado en aquello que desestructura, desvirtúa, desorganiza, desconfigura la unidad mencionada, denominaríamos desorden.
En este sentido, el ser hombre implica un sistema ordenado, una unidad organizada, pero que cuenta con múltiples estructuras con distintas funciones. Entonces cabría decir aquello que ordena, sistematiza, organiza, es el cerebro. Con esto se quiere afirmar que el cerebro es el sistema hipercomplejo e hipercomplejisante. Empero, las fantasías, los sueños, las imaginaciones, son propios del hombre y que en sí implican un desorden, y que el puede conllevarlos.
Sin embargo, en caso de los animales y de las máquinas una irrupción de un posible desordenador, implica la inutilización, la desconfiguración, e inclusive, la muerte de ambos. Pero, en el ser humano sucede todo lo contrario. Es el ser por excelencia en el que el desorden, la irracionalidad, la locura, la demencia son elementos básicos para la reconstrucción y la reorganización del sistema, para una nueva desconfiguración y un posterior reordenamiento.
Este desorden es la fuente de la innovación, de enriquecimiento para la creación. Sin estas perturbaciones, sin “el ensayo y el error”, sin el ruido que provoca desorden, es imposible hablar de cambio, de transformación, de algo nuevo. En esto consiste la hipercomplejidad, capacidad de reorganizarse, más rápidamente, a partir de lo desordenado, disminuyendo la presión, la coerción de una posible transformación. La función principal de esta hipercomplejidad es moderar, controlar este estado de desorden permanente.

¿Qué provoca la locura?
Existen varios factores que provocan la locura y la demencia en el hombre, según Edgar Morín, “la ambigüedad e indecisión fundamental  que rigen la relación entre lo que pasa en su interior (subjetividad, imaginación) y lo que pasa en su exterior (objetividad, realidad); el retroceso y las interferencias sufridas por el programa genético a causa del aumento del ruido y de las capacidades; la débil estabilidad del sistema triúnico”[4].
Pero, hay que considerar que la principal fuente de locura, de demencia en el hombre es el hecho de no poder discernir entre lo imaginario y lo real, entre lo que es subjetivo y objetivo. Pero, ¿Por qué?
Tengamos muy en cuenta para responder a esta pregunta los tipos de cerebros, entre ellos, ya citados. El cerebro triúnico se parte en tres esferas bien diferentes, las cuales tiene unas funciones bien divergentes y que serían, la lógica, la afectividad y los instintos. Como existe una inestabilidad tal que ninguna de ellas controla totalmente, la demencia ocurre cuando una de los tres es excitada, provoca la inestabilidad y el control quede bajo el mando de una de las tres.
De esta manera, obtenemos locuras a causa de provocaciones lógicas, de pulsiones ya sean afectivas o sentimentales. Pero, como ya habíamos dicho, existen perturbaciones provocadas y desordenantes, que hacen que la realidad y la imaginación sean confundidas, ya no se sepan qué es que, cuál es cual.
Sin embargo, gracias a esta duda provocada por la ambigüedad de la relación sujeto objeto, el ser humano ha sabido potenciar sus cualidades y crear.  Esta ambigüedad existe y existirá, esa apertura  por ende, el hombre seguirá su camino hacia aquella complejidad, e irá creciendo en locura y demencia.

CONCLUSIÓN: EL HOMBRE Y SU CONCIENCIA
 Ya que la democracia y la libertad me permite decidir, optar por algo que yo quiero, respondiendo siempre a las consecuencias que esa opción ha traído consigo, me permito utilizar, o más bien, valerme de la conciencia y de mi conciencia para hacer una conclusión respecto al tema elegido, a partir de la conciencia.
Una de las preguntas más reiteradas y más seguidas se refiere precisamente sobre aquella grandiosidad del hombre y de la monstruosidad que es él. NO podríamos hablar de bellezas sin el hombre. Asombrosos actos de valor, de fuerza, de valentía, de coraje, de amor ha mostrado el ser humano en su actuar cotidiano.
También es cotidiano escuchar que alguna persona ha sido violada, asesinada, maltratada. Que algún virus ha sido lanzado para eliminar a miles de personas, que bombas nucleares con el sólo propósito de hacer desaparecer un territorio, un país, porque no ha confluido en un pensamiento y en una idea igual que el otro.
Son algunos de los signos o señales, para darnos a entender que este mismo ser es la vez loco y sabio. Cada vez más, con el avance de la era infolìtica, con el creciente crecimiento demográfico, con la ideología del dominante dominando, con los nuevos descubrimientos, el hombre no ha hecho más que ir hacia la locura y perpetuarse en ella.
Yo no declaro perseguidor ni contrario de los avances, me declaro enemigo de la falta de equidad, de igualdad de oportunidad para todos. ¿Estamos tan sanos para crear, que dejamos de lado a miles de personas muriendo de hambre?  ¿Somos tan sabios que inventamos curas, y sólo los que tienen dinero pueden acceder a ellas? Etc. etc. etc...
Seguramente, ya que su sistema de organización se ha desordenado y ha relacionado entre los párrafos, surgirá una pregunta en Ud, ¿Qué tiene que ver esto último, con la conciencia?
Mucho, puesto que mi conciencia me ha ayudado a tomar conciencia de lo mencionado más arriba. Ha ayudado a darme cuenta de la realidad, que creo que es la realidad. Ha podido relacionar entre aquello que soy yo (sujeto) y la realidad que hay fuera de mi (objeto).
La conciencia no impide el error, pero si puede minimizarlo, o una falsa conciencia, aumentarlo. “La conciencia descubre la relatividad de la verdad y el error al considerar la diversidad e incompatibilidad de ideas o creencias a través del espacio  y el tiempo, y es a partir de este punto cuando empieza a dudar de su propio sistema de pensamiento”[5].
La conciencia nos permite ubicarnos en la realidad, dudar de ella, un estado de escepticismo, una manera de ver global aquella realidad, y que quizás nos ayude a dar propuestas de soluciones y, para así, crear un nuevo sistema, una nueva postura, una nueva actitud ante la realidad dudada o negada.
Mi conciencia de la situación actual, me da las pautas o para negarlas, o para afirmarlas, pero sí me da una postura tal que me refiero a ella con naturalidad, objetividad o neutralidad.


[1] Coreth, Emerich. ¿Qué es el hombre? Esquema de una antropología filosófica. Barcelona: Herder. 1991, p85.
[2] Morín, Edgar. El paradigma perdido: el paraíso olvidado. Barcelona: Kairós. 1974, p131.
[3] Idem, p133.
[4] Edgar Morín. p152-153.
[5] Edgar Morín, p160.

2 comentarios:

  1. La realidad humana es una serie de complejidad como lo plantea MORIN pero tambien asi como tenemos una singularidad de cosas que nos hacen unicos como lo son nuestra decisiones personales y lo aleatorio de nuestra personalidad

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  2. La realidad del ser humano es compleja pero es posible superarla con una conciencia racional y lógica de pensamientos que nos lleven a ser mejores con criterios morales que justifiquen nuestro comportamiento creciendo en todas sus dimensiones.

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